Úrsula Werren Uebersax

Presentación del libro Pinceladas en la Feria Internacional del Libro Monterrey
12 octubre, 2017
Armando Estrada
13 octubre, 2017

Yo aprendí a escribir a los 6 años junto con mis compañeras de salón, en una pequeña pizarra individual de piedra laja negra con un marco de madera y con un gis en forma de lápiz. La señorita Ruth pedía total atención cuando escribíamos. En el salón no se oía nada, solo los ruidos estridentes de los gises duros en la laja que interrumpían de vez en cuando el silencio. Y claro, teníamos una esponja húmeda para borrar lo acabado de escribir, cada vez que la pizarrita estaba llena.

Me imagino que se les vienen en mente que fui a una escuela de los Picapiedras; pero no tenemos que ir tan lejos al pasado en la historia. Eran los años de carencias y de reconstrucción en Europa, aún en Suiza, justo después de la segunda guerra mundial.

A partir de segundo de Primaria recibimos, además de la pizarra, un solo cuaderno pequeño que era un verdadero tesoro. Es decir, la tecnología se implementó, además del cuaderno, con un frasco con tinta en la esquina superior derecha en el pupitre y una pluma fuente o caligráfica y un papel absorbente para secar el exceso de tinta antes de dar vuelta a la hoja.

Pero, a pesar de o con todo y las latosas y frustrantes manchas negras en la mesa y en el tan apreciado cuaderno, por causa de alguna gota de tinta que se había escapado de la pluma en el camino del tintero al cuaderno, yo aprendí a escribir.

Recuerdo claramente la sensación de asombro y bienestar que me causaba el hecho de que un pensamiento, un acontecimiento, algo que quería comunicar o recordar se podía representar con signos y que otra persona podía traducir, es decir leer y entenderlo.

Y he observado esta misma fascinación en los niños cuando descubren la lectura y la escritura, sobre todo, cuando no son instruidos de manera impuesta y obligada y estructurada desde la abstracción del alfabeto, sino cuando se les permite intentar, relacionar, descubrir poco a poco los secretos de la lengua escrita, partiendo de algún elemento que ya conocen, haciendo asociaciones con lo desconocido y así, más por ensayo y error que copiando modelos, van ordenando, construyendo y dando estructura en su mente a este nuevo lenguaje de comunicación. Descubren que las letras suenan, que uniéndolas se pueden formar palabras “que dicen algo.”

Ellos crean o recrean de manera personal lo que el género humano inventó, cuando, hace apenas 5,300 años, los sumerios empezaron a enviar mensajes mediante tablitas con escritura pictográfica a otras comunidades, con el fin de comunicar sus propuestas para intercambiar bienes. Como género humano, estamos desde entonces dotados de esta habilidad trascendente: leer y escribir.

Hace 16 años, Jorge del Bosque, entonces encargado del Noticiero de Radio NL, me invitó un día a platicar sobre la escuela o sobre el tema de educación. Primero cada dos semana, y después cada semana, y a partir de ahí, durante todos estos años, fui llenando cuadernos, después la carpeta correspondiente, para una vez a la semana compartir acontecimientos sobre lo que es la vida desde la visión del educador.

Con los años he entendido el valor de documentar los pequeños grandes acontecimientos, tomando como referencia la psicología de desarrollo de Piaget y los hallazgos de la neuropsicología, y pienso que incluso es necesario para tener un registro sobre el desarrollo de cada niño.

La actividad se fue convirtiendo cada vez más en una reflexión y toma de conciencia sobre el encuentro cercano, íntimo con el niño, con la niña. En el encuentro se revelan las necesidades profundas e inmediatas, las habilidades y las fragilidades, las posibilidades y las limitaciones, lo que nos lleva al gozo o al dolor, las dudas y la esperanza de ambos participantes. Ambos compartimos la certeza de que todo tiene un sentido, que nuestra identidad es única. No somos observadores, sino ambos nos reflejamos y nos vinculamos y nos descubrimos en el otro. Por eso cada encuentro vale la pena y nos abre a realidades esperanzadoras. Podemos cerrar círculos conociéndonos mejor, reconciliados, más cercanos y más sanos.

Espero que puedas participar en cada una de las 77 pequeñas historias como persona reflexiva y vincularte también con tu propia realidad, no como “externo”, sino como persona en constante búsqueda, aprendiendo desde la vida y para la vida. Gracias por estar presente aquí y ahora.

 

Úrsula Werren

Domingo 8 de octubre, 2017


Úrsula Werren nació en Suiza y pasó su niñez en Interlaken. En 1956 entró al Seminario para maestras de educación básica en la Normal del estado de Berna.

Entre 1960 y 1966 adquirió experiencias profesionales en entornos educativos muy variados y al mismo tiempo terminó la carrera de Organista tubular en el conservatorio de Berna.

En 1966 llegó a Monterrey dónde junto con Ernesto Bolaños forman una familia. En 1974 funda Formus, institución educativa en continuo crecimiento. Úrsula se ha preparado permanentemente en diversas disciplinas para asumir la responsabilidad de Formus, tarea que actualmente comparte con sus hijos.